El tren fue inaugurado en Julio de 1.902 y hasta el verano de 1.903 no se podía coger el tren desde el Boulevard, sino que había que desplazarse hasta la estación de Ategorrieta.
El tranvía era la única forma de ascender hasta lo más alto sin sudar la camiseta, la carretera no será construida hasta 1911 y la mayor parte del monte está sembrada de prados y bosques tupidos, apenas habitado por unos pocos caseríos y surcado por caminitos antediluvianos.
Antes de la construcción de este ferrocarril (y del parque), Ulia era para los donostiarras el monte-cantera del que se extraía la piedra arenisca con la que se levantarán los edificios de los ensanches de San Sebastián.
Comienza el recorrido en lo que era el primer tren electrificado de España.
Desde el Boulevard se cruza medio San Sebastián, enfilado la Avenida de Ategorrieta y el tranvía hace la última parada antes de iniciar el ascenso al monte. Muy cerca del famoso 'Reloj' de Ategorrieta, se encuentran las cocheras en las que 'duermen' los vagones de la Compañía del Ferrocarril del Monte Ulia.
Ciento y pico años después de escribir estas líneas, todavía permanecerá en pie el edificio principal del complejo, su estación, se encuentra en la calle Mikel Gardoki, junto al frontón construido sobre los terrenos de las citadas cocheras.
El tren prosigue su recorrido, dejamos Mikel Gardoki y enfilamos el Paseo de Arbola que, metro arriba, metro abajo, discurre paralelo a las vías del antiguo convoy. Justo donde se acaba el asfalto y comienza el camino de tierra obtenemos una impresionante panorámica. Las vistas de San Sebastián debían ser absolutamente espectaculares en 1903, sobre todo si tenemos en cuenta que a principios del siglo XX eran pocos los que podían ver San Sebastián desde las alturas, el monte Urgull era un recinto militar e Igeldo era una especie de hermano pobre de Ulia. en 1903 por no existir no existía ni la carretera (se trazaría a partir de 1911) ni por supuesto el funicular. Para ascender a él había que caminar y sufrir caminos polvorientos. Cuesta imaginar cómo fue aquel primitivo barrio de Gros, una gigantesca playa abierta al mar y manoseada por el Urumea en su desembocadura y una gran masa de dunas y roquedales que, desde hacía pocos años, estaba siendo domesticada con villas.
Tras una curva de casi 180º (situada en el mismo sitio en el que se ubica la 'curva hermana' de la carretera principal), el tranvía se adentra en un tupido bosque. Los rayos del sol apenas consiguen penetrar entre la maleza, hay tanto pino y laurel que los postes de madera del tendido eléctrico que mueve el ferrocarril se confunden con los árboles. Rastreado el recorrido de arriba abajo, en la actualidad no hemos hallado ninguno de aquellos mástiles, pero sí las piezas de cemento que servían como base a éstos.
El tren enfila la última recta antes de llegar al cenit de nuestro trayecto. Ya se intuye el principal atractivo del recinto, sus increíbles vistas sobre la ciudad. Dejamos a la izquierda el caserío Mendiko Etxeberri sobre cuyos terrenos se levantará en un 'futuro lejano' -en 2009- el Albergue de Ulia. Tras unos pocos metros más de traqueteo, el tranvía llega a la estación.
Ya estamos, oficialmente, en el Parque del Monte Ulia, el primero de todos los espacios de entretenimiento de San Sebastián, nacido en 1902, cinco años antes que el de Martutene (del que hoy casi no queda ni el recuerdo) y diez antes que el de Igeldo, el único y gran superviviente de todos ellos.
¿Qué actividades nos oferta este lugar a nosotros, donostiarras del año 1903?
Pocas para una mentalidad hiperactiva de la actualidad, pero muchísimas para una de aquella época. De entrada, sentarse en la amplia terraza que mira a San Sebastián o tomar algo en el restaurante del parque, también asomado al valle del Urumea."
A los donostiarras, la palabra funicular nos remite automáticamente al de Igeldo. Olvidamos, sin embargo, que antes hubo otro, más complejo y más significativo, en el extremo opuesto de la ciudad, en el monte Ulía. Aquel transbordador-funicular que comunicaba dos puntos altos de Ulía se inauguró el 30 de septiembre de 1907, entre chubascos y no poca expectación.
El aparato era espectacular. Cubría 280 metros de distancia y un desnivel de 28 metros en tres minutos y medio. Los 18 viajeros que cabían en su pequeña barquilla se sorprendían ante el complicado y muy seguro sistema de cables y ejes que lograba elevarse sobre el monte.
El ingenio tuvo una corta vida debido a que Ulía pronto perdió fuerza como área recreativa frente al parque de atracciones de Igeldo, cuyo funicular empezó a funcionar en agosto de 1912.
Sin embargo, el de Ulía figura en las enciclopedias. No en vano fue, probablemente, el primer transbordador apto para el transporte de personas construido en el mundo. Y fue obra de una personalidad arrolladora, la del ingeniero Leonardo Torres Quevedo. Nacido en Molledo (Cantabria) y residente en Bilbao, Torres Quevedo fue un pionero que dirigió la construcción del primer dirigible español y creó un autómata que jugaba al ajedrez.
Sin embargo, la construcción del transbordador de UIía, materializada por la Sociedad de Estudios y Obras de Ingeniería de Bilbao, tuvo tal eco que permitió al ingeniero diseñar otros en Chamonix, Río de Janeiro... y hasta en las cataratas del Niágara. De hecho, el Spanish Aerocard que ideó para las famosas cataratas canadienses tiene una estructura similar al desaparecido transbordador de Ulía.
Desde su inauguración en 1916, el teleférico de nuestro Torres Quevedo en el Niágara sigue funcionando sin apenas modificaciones.
Desde la última estación del pequeño tren, únicamente era necesario desplazarse unos pocos cientos de metros para llegar al punto de inicio del transbordador.
Atravesamos la famosa selva y salimos a una pista, siguiendo la misma llegamos a enlazar con el Paseo de Ulia en donde giramos 180 grados y a través del bosque y por un pequeño sendero, bordeamos el monte mientras contemplamos unas bonitas vistas sobre la cala Illurgita.
Continuamos adelante por el desfiladero y ya en la parte alta nos toca nuevamente saltar la alambrada, pero en este caso en lugar de saltar nos toca echar cuerpo a tierra y arrastrarnos para pasar al otro lado.
Una vez conseguido continuamos en dirección a las ruinas del Fuerte del Almirante y decidimos llegar hasta donde se encuentra el vértice geodésico.
Una vez en el sendero Talaia pasamos al lado de la fuente del Inglés o del Almirante, los restos del antiguo acueducto, otra vez la cala Illurgita, la fuente Argi Ura, el mirador sobre Monpas y la fuente de la Kutraia.
Nos sentamos en una cercana al albergue y aprovechamos para poder comer algo de las viandas que hemos transportado hasta aquí.
El tiempo efectivo empleado en el recorrido ha sido de unas 5 horas y 8 minutos a una media de 3 kms./hora.
El tiempo dedicado a fotos, paradas, "hamaiketako", almuerzo, etc., etc., ha sido de unas 2 horas y 42 minutos.
El recorrido no tiene mayor dificultad salvo en las zonas de saltos de alambrada y el paso por debajo de la roca en el desfiladero.
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